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London Calling - Immune to the mid life crisis

Para las nuevas generaciones el concepto punk no ha desaparecido, pero no porque hayan recuperado la música y la actitud destructiva y revolucionaria de este movimiento social que se inició a mediados de los años 70, para las nuevas generaciones el punk sigue vigente como estampado de camisetas de grandes multinacionales textiles con las que mostrar su rebeldía en Instagram. Y es algo coherente ya que el contexto actual dista mucho con el que transitaban los jóvenes en aquella década dorada en lo musical, pero gris oscura en lo social. Tras el fracaso de un mundo de arcoíris y unicornios que había pronosticado la cultura de los sesenta, la nueva generación se dio de bruces con la realidad, que les empujaba a una vida de necesidades o en el mejor de los casos a una rutina burguesa y aburrida. Esta frustración se proyectó con un nuevo movimiento, que llevaba al extremo la diferencia estética y que proclamaba la anarquía como su modo de vida.

Con este caldo surgieron un montón de nuevas bandas, la mayoría de ellas sin nociones musicales pero rebosantes de una energía bruta que además de contagiosa resultaba terapéutica para exorcizar la frustración del día a día. Aunque en sus comienzos se llegó a hablar de una motivación política, la realidad es que la verdadera pretensión de aquellos grupos era exprimir al máximo las expresiones “drogas, sexo y rock and roll” y “vive rápido y deja un cadáver bonito”.

Con estas máximas no es de extrañar que los pioneros del movimiento punk cayeran en una espiral de autodestrucción bañada en heroína. En 1979 la atmósfera alrededor de la escena punk era deprimente, con la separación de los Sex Pistols y con el auge del Glam Rock, muchas bandas se disolvieron, o se radicalizaron, o optaron por transformarse en algo diferente. En este grupo se incluyó The Clash, no se sabe muy bien si por casualidad, por convicción o simplemente por instinto de supervivencia.

El resultado final de este movimiento creó un género llamado post punk, y The Clash en una banda de culto. En muchas ocasiones el ser humano da lo mejor en las peores situaciones, la situación de The Clash en aquella época era patética. Peleados por el liderazgo creativo, enganchados a diferentes sustancias, desencantados con el movimiento punk e incapaces de componer un tema que sonara fresco

En el punk hay pocos matices, por eso intentar crear algo diferente desde sus acordes resulta una tarea absurda. Por eso la banda ante un trabajo que significaba un todo o nada, decidió apartar su alma musical punk para empaparse con la esencia del reggae, rockabilly, ska, R&B, pop, lounge jazz, y el rock pesado. Aunque su sonido cambió, su mensaje a través de las letras no se relajó, continuando con su compromiso con el conflicto racial, el desempleo, la pobreza, el uso de drogas y la rabia producida por la frustración del día a día. Mucho material que al final tuvo que ser incluido en un doble LP con 19 temas.

Como todo álbum histórico que se precie, London Calling tenía detrás a un maravilloso productor. The Clash no era precisamente una banda con músicos virtuosos, por eso el trabajo de Guy Stevens en la mesa de producción fue aún más meritorio. Su fama de genio borracho con ataques de ira le precedía, y durante la grabación del álbum dio buenas muestras de ello. Histriónico, atormentado, totalmente pirado pero genial. Su estado etílico durante las cinco semanas de grabación del álbum lograron contagiar Joe Strummer, Mick Jons, Paul Simonon y Topper Headon de ese sentimiento de inconsciencia que les llevaba a grabar los temas en tan solo una o dos tomas.

Evidente que la crisis de los 40 no ha afectado para nada a London Calling de The Clash, un álbum que hay que revisitar para disfrutar de sus múltiples matices y sonidos, pero sobre todo para darse cuenta que una obra maestra puede surgir cuándo y dónde menos te lo esperas.

Otro de los elementos icónicos de London Calling es su portada. La instantánea fue capturada el 20 de septiembre de 1979, cuando sin previo aviso el bajista Paul Simonon destrozó su bajo Fender contra el suelo del escenario del Palladium de Nueva York durante la gira Take The Fifth. Aquel arrebato se produjo ya que la seguridad del evento prohibía a los asistentes levantarse de sus asientos, y la respuesta de la banda fue soliviantar a los presentes con una acción que activara su rebeldía. La afortunada fotógrafa fue Pennie Smith, aunque al principio no le convencía la imagen por su borrosidad.

Por suerte para ella terminó cediendo la fotografía y ésta se convirtió en un símbolo que traspaso el ámbito meramente musical. London Calling, como los buenos vinos, ha madurado con el paso del tiempo hasta convertirlo en una leyenda. Ha sido tanta la percusión que incluso el Museo de Londres le está dedicando una exhibición a esa etapa de The Clash. En esta exposición se han podido ver el primer cuaderno de apuntes y la máquina de escribir de Strummer, las baquetas de Topper Headon, manuscritos de Mick Jones o el bajo que Paul Simonon rompió frente al público.